
- Fecha de publicación
- Noviembre 2018
- Marketing y Comunicación
- Artículo
Algunos modelos de información parecen diseñados para terminar con la atención: mientras veo las noticias, me cuesta no perderme. En la pantalla hay un locutor. Debajo de él se encuentra una barra por la que van pasando titulares de otras noticias. Detrás veo imágenes de la noticia que está dando, pero que reconozco de otra noticia que han emitido hace una semana. En la parte superior de la pantalla otra barra anuncia más noticias que pasan a un ritmo más lento; me parece recordar que son declaraciones de políticos. En la parte superior derecha, de manera estática, anuncian una película que emitirán al terminar las noticias. Abajo, a la derecha, aparece un anuncio pequeño con un logo animado. No soy capaz de recordar las noticias que presenta el locutor, y si me preguntan por el color de la camisa que lleva no tendría ni la menor idea. Me han colapsado la memoria a base de darme un exceso de información; me han “infoxicado”.En el trabajo se da la misma tendencia: personas que hablan entre ellas mientras redactan correos, leen documentos, chatean y tienen abiertas cinco ventanas en su ordenador. Sin embargo, los neurólogos demuestran que no somos multitarea, que no somos capaces de hacer dos tareas a la vez (y menos aún, cuatro); más bien saltamos rápido de una tarea a otra. He asistido con frecuencia a la escena laboral de alguien agobiado contando algo a otra persona que está tecleando en su ordenador mientras murmura: “Sí, ajá, ya, mmm, claro…”. Y si el que cuenta la historia se queda callado, la otra persona responde: “Te entiendo”. Un experto en comunicación podría deducir que no le ha hecho ni puñetero caso.No tengo nada contra las tecnologías de la información, siempre que no exterminen algunas prácticas que son muy importantes. Los seres humanos somos contadores de historias. Tenemos una larga tradición de comunicarnos a través de charlas: conversaciones en las que estamos concentrados, atentos a lo que la otra persona nos está contando. Si perdemos la capacidad de estar presentes en la conversación, estamos renunciando a una de nuestras mejores habilidades.Algunas personas mantienen largas charlas por el móvil mientras andan por la calle (o en un medio de transporte tomando a los demás viajeros como rehenes de su cháchara). Pero esa conversación no tiene calidad. Se trata de cruzar la calle sin que te atropellen, no meter el pieen un agujero, no chocar con una farola o, lo que es más difícil y peligroso, esquivar un patinete que corre por la acera.Concentrarse, escuchar, exponer bien las ideas, rebatir argumentos, percibir el estado de ánimo de tu interlocutor… todo eso forma parte de una buena conversación. Y lo estamos perdiendo.Algunos jefes me transmiten su interés por ser buenos coaches para sus colaboradores. Creo que los superiores jerárquicos no deben hacer coaching con las personas que trabajan a sus órdenes. Al fin y al cabo, los jefes suelen ser un objeto muy frecuente de las conversaciones de coaching. A los que me comentan que quieren ser coach les suelo preguntar: “¿Cuándo fue la última vez que tuviste una buena conversación con alguno de los tuyos?”. “Hoy mismo”, responden con prisa. “¿Cuánto tiempo duró?”, sigo preguntando en plan coach. “Quince segundos”, responden como si fuera lo más natural.Las conversaciones tranquilas, con conciencia de lo que se escucha y se dice, con afecto y empatía por la persona que nos habla… eso es un acto importante. Es una forma de decir al otro que te importa, que tomas nota de lo que te cuenta y que os vais a ocupar del tema. ¿Quieres tener habilidades de coaching? ¿Quieres ser una buena jefa o jefe, compañero de trabajo…? Empieza por tener buenas conversaciones.
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