
- Fecha de publicación
- Abril 2020
- Business
- Artículo

Profesora doctora de Organización de Empresas en ESIC.
Doctora en Economía de la Educación, Coach Certificado, Licenciada en Derecho y LLM en Derecho y Economía (Universidad de Rotterdam).
La enfermedad COVID-19 no solo es una crisis de salud de proporciones inmensas y hasta ahora desconocidas, sino que además es un trance que nos somete a un nuevo orden económico, personal y empresarial.Nos cuestionamos cómo será volver a la normalidad, cómo se conformará nuestra vida y qué será nuevo y normal cuando volvamos a nuestra organización. Quizás nuestros hijos y nuestros nietos nos preguntarán, igual que lo hicimos nosotros con los que nos precedieron: «¿Qué os pasó durante la guerra contra el virus? ¿Y después? ¿Cómo os recuperasteis? ¿Cómo superasteis el miedo y la incertidumbre? ¿Qué hicisteis para salir adelante en vuestro trabajo y en vuestra empresa?».
Cuando podamos salir y volver a nuestros quehaceres cotidianos, ya nada será igual. Tendremos que emprender acciones que supongan un comienzo nuevo y así podremos dar respuesta a esas preguntas, aunque, de momento, nuestra actividad, paradójicamente, implica la quietud y la parálisis. Sin embargo, cuando la fase de aislamiento pase, la llamada a la acción implicará una energía ímproba. Necesitaremos enfocarnos en propósitos diferentes, que son resistir, resolver y reinventar.
Tres llamadas a la acción para después del aislamiento
Resistir
La primera llamada a la acción es resistir. En esta situación tan desconocida, lo transcendental es asegurarnos con todas nuestras fuerzas de que lo principal se mantiene. Lo imperativo es salvaguardar nuestra vida, nuestra salud y la de los que están cerca de nosotros.
También debemos luchar por sobrevivir en nuestro trabajo, en nuestra empresa, en nuestro equipo. Los negocios de todos los sectores están aplicando planes de contingencia y transformaciones digitales a la desesperada e implantando sistemas de teletrabajo y productividad remota.
Los sectores más afectados intentan sustituir sus ofertas por nuevas oportunidades futuras, manteniendo lo esencial, eliminando los dividendos y protegiendo a sus clientes y empleados. En las empresas que todavía pueden suministrar sus servicios, los esfuerzos son agotadores por parte de todos los equipos, con horarios y jornadas interminables.
Las adaptaciones de los equipos a las nuevas circunstancias son casi heroicas. Los que no pueden mantener su actividad por el colapso del consumo y la restricción de movimientos se adaptan a marchas forzadas a una nueva realidad, con reducciones de plantilla o readaptación de la producción, a la espera de lo que ocurra. Las instituciones educativas reconvierten toda su oferta formativa en desarrollos online, obligando a educadores y estudiantes a adaptarse a un nuevo entorno de aprendizaje forzado, que abandona la calidez de la interacción humana por la frialdad de un vídeo en Internet.
Resolver
Si logramos resistir, que lo haremos, tocará resolver todo lo que se haya perdido. La segunda llamada a la acción consistirá en restablecer todo y volver a la situación anterior. Lo que hayamos protegido del tsunami social y económico será la semilla sobre la que hay que construir lo nuevo. Según indica el informe de Mckinsey «COVID-19: Implications for business» del 25 de marzo, hay dos escenarios posibles: una recuperación tardía o una contracción prolongada.
Dependiendo de uno u otro, estaremos ante una recesión que llevará al mundo a una situación de pérdida del crecimiento o ante una espiral de destrucción económica con un impacto más grave que el de la crisis de 2008 y una recuperación que no será posible hasta el segundo trimestre del 2021 y cuyas consecuencias son mucho más profundas y dramáticas en términos de bienestar socioeconómico. Sometidos al estrés de esta incertidumbre, las acciones necesarias solo pueden ser las que nos permitan disminuir los daños —los más grandes, los humanos— y luego los materiales. Resolver los problemas causados será tremendamente costoso. Todos, empresas e individuos, nos enfrentaremos a duras decisiones y difíciles soluciones. Volveremos a los tiempos de escasez, de contracción, de privación; la era de la abundancia habrá acabado.
Reinventar
Y, por último, tendremos que cambiar las prioridades y reinventar nuestros planes y estrategias. Una vez que hayamos interiorizado lo que ha sucedido en la realidad, cómo nos ha afectado y cómo hemos respondido, tendremos que mirar al futuro y rectificar nuestros planes. Debemos asumir que las cosas no volverán a ser como antes y, en esa reflexión de aceptación, veremos que en algunas cosas incluso hemos mejorado. Toda crisis es una oportunidad de aprendizaje y de crecimiento, de conocernos realmente como somos.
Las prioridades que hayamos elegido y las responsabilidades que hayamos afrontado nos habrán definido como individuos y como organizaciones. Si como empresas hemos sido capaces de dar una respuesta de confianza a nuestros trabajadores, habremos descubierto si de verdad estamos volcados en las personas.
Si durante este tiempo hemos fomentado una cultura de transparencia y de responsabilidad, evaluaremos las respuestas de nuestro equipo y comprobaremos lo que implica perder el control y delegar, poniendo en tela de juicio las ideas sobre la necesidad de la presencia para la productividad. Incluso —me decían personas de una empresa amiga que su productividad había aumentado un 12%— nos sorprenderemos de la respuesta.
Si hemos puesto de verdad al cliente en el centro de todas nuestras decisiones, habremos comprobado cuál es nuestra promesa de valor, qué es lo verdaderamente importante; habremos eliminado la burocracia y la ineficiencia, en muchos casos abocados a una agilidad y una digitalización forzosa.
Y desde ese análisis —que nos permite eliminar lo superfluo y lo inútilmente acumulado durante años— sobre cómo somos, podremos enfocar la energía a resurgir con fuerza y aprender de lo vivido por esta situación de necesidad que nos ha sacudido de forma abrupta. La urgencia ha roto los arquetipos establecidos y nos ha enfrentado a unos cambios que difícilmente veíamos previsibles. Cada organización, cada empresa, cada individuo hemos puesto lo esencial en el centro de nuestra actividad y cuestionado los paradigmas establecidos, el statu quo. También lo hacemos como sociedad al comprobar que no han sido ni los robots ni la inteligencia artificial ni las máquinas que aprenden los que han amenazado nuestro trabajo, sino que ha sido un virus pequeño e invisible el que nos ha obligado a reinventarnos, poniendo a prueba nuestros modelos, construidos para un mundo que no era al que nos enfrentábamos.
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