- Fecha de publicación
- Julio 2020
- Comercial y Ventas
- Artículo
Profesor en ESIC y Director de CASTELLÓ CONSULTING. Economista; consejero de empresas.
Decía Ludwig von Mises que la sociedad es una unión de personas con el principal propósito de cooperar. ¿Acaso no es la economía colaborativa lo que siempre hemos denominado un proceso de intercambio?
¿Un ejemplo de economía colaborativa?
Imaginad que Pacquiao y Bradley suben al ring esta noche. Tengo un bonito chaise longue en mi salón y me quedan un par de plazas libres. El canal de televisión de pago está preparado. Supongamos que quiero completar el sofá. Ofrezco cervezas frías y un buen ambiente durante el combate. En Google encuentro un marketplace que me pone en contacto con otros fans del boxeo como vosotros. Podéis llamarlo economía colaborativa.
Descargo la app, me registro, hago una oferta y, unas horas después, llegáis a mi casa. Un intercambio entre iguales o P2P (peer to peer). Otro día me invitaréis vosotros a navegar en vuestro bonito velero. Pero… ¿y si os cobro una módica cantidad por ver cómo Pacquiao gana a Bradley a los puntos? Además, está claro que también puedo brindaros un servicio premium. ¿Qué tal unas jugosas hamburguesas para acompañar todas esas cervezas?
En su informe de 2016, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) habla de efectos procompetitivos derivados de la economía colaborativa. Es precisamente eso que le estoy haciendo al pub del centro de la ciudad al que vosotros no iréis. Ni vosotros ni cientos, o miles, de espectadores. Ni a ese pub ni a tantos otros.
Debido a un marco legal rígido, a partir de ese proceso procompetitivo, se desentraña un importante dilema del polizón: el pub tributa por IVA y beneficios en la AEAT y cotiza por sus trabajadores a la TGSS. Yo no.
Cuando este proceso se da repetidamente y de forma masiva, nos encontramos ante un grave problema: unos fagocitamos los recursos de otros. Al alquilaros mi sofá estoy creando una externalidad. El legislador debería tenerlo claro. Quizá nuestros gritos molesten a mis resignados vecinos.
Algo más de un 11% de nuestro PIB se explica por el sector turístico y, ante las dificultades que existen para exportar nuestros excedentes de ladrillo posburbuja, la mejor solución pasa por alquilarlo exportando sol.
En el sector turístico comienzan a asomar vibrantes posibilidades de negocio P2P. Pero a la innovación nunca le gusta la rigidez. Las distorsiones normativas hacen que los mercados se vuelvan rígidos y que se ajusten tarde y mal. Se vuelven ineficientes.
Las regiones que legislen antes y mejor liberalizando sus mercados lograrán crear importantes ventajas competitivas internacionales. El aumento de la competencia da lugar a fuertes estímulos de la inversión y a una mejora en la cantidad y calidad de los empleos generados.
En su Estrategia de Mercado Único Digital la Comisión Europea incide además sobre la necesidad de desarrollar un modelo regulatorio unificado que resulte plenamente eficiente.
El mercado de la UE se eleva a 500 millones de personas. En este contexto, cada país legisla con criterios y prioridades diferentes, y ello implica, según la Comisión, una reducción de 415.000 millones de euros del PIB comunitario.
En términos de Jeremy Rifkin, el procomún colaborativo es capaz de inundar el mercado con su propia oferta, arrastrando los precios a la baja. Técnicamente, el coste marginal se aproxima a cero. Puede que, al fin y al cabo, el capitalismo se hunda por su propia consolidación.
El consumo colaborativo representa nuevas oportunidades de negocio en todos los sectores, no solo en el turístico. La tendencia es imparable: la optimización de recursos ociosos, más oferta, la reducción de los costes de transacción e importantes alteraciones en las preferencias de los consumidores son una bomba de relojería, una detonación P2P.
El marco jurídico debe resultar justo. Si la regulación es flexible y se atraen nuevos actores, asistiremos a una mejora de la competitividad internacional de nuestra industria turística.
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