Del liderazgo de «frufrú y brillibrilli» al liderazgo con carisma y mérito
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- October 2021
- Fecha de publicación
- October 2021
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Profesor y Director del Programa Superior en Dirección de Ventas de ESIC y Socio-Director de TDSYSTEM.
Esa mañana de septiembre, Pedro Martínez se despertó sobresaltado. Había soñado que le iban a despedir. Estaba solo y un sudor frío le recorría la espalda. Se levantó y estaba preparándose el desayuno cuando sonó su móvil. Era de la empresa. Le llamaban de la dirección. Le temblaba un poco la mano al cogerlo, pero, sobreponiéndose, acertó a decir:
—Buenos días. Diga.
—Buenos días, Pedro. Soy la secretaria del director. Por favor, cuando llegues, antes de ir a tu despacho, pasa por el despacho del director.
—¿Sabes de qué quiere hablar conmigo?
—Lo siento, pero eso a mí no me lo dicen.
Tenía un nudo en la garganta y no probó el desayuno. Se terminó de vestir y se encaminó hacia el trabajo. En el trayecto pasaban con rapidez por su cabeza buenos y malos augurios, aunque eran los malos los que dominaban. Aparcó en el parking de la empresa y subió al despacho del director. Llamó a la puerta y dijo:
—Buenos días, director. Aquí estoy.
—Buenos días. Ya me conoces; a mí me gusta ir al grano y en esta ocasión tampoco te voy a decepcionar. Mira, el proyecto está descontrolado y el equipo ha perdido el norte.
Pedro tragó saliva esperando la mala noticia. Pero el director siguió diciendo:
—Necesitamos que lideres la situación desastrosa en la que está el proyecto y que alinees a todo el equipo con sus objetivos. Ahora aquello parece un ejército a la desbandada. Eso no puede seguir así. Por ello quiero que a partir de hoy te hagas cargo del equipo.
Dio un suspiro de alivio. Pero ¿tenía él madera de líder o es que su nombramiento se debía a que el anterior había renunciado? No obstante, dijo:
—Gracias por confiar en mí, pero ¿no hay en el equipo alguna persona más adecuada que yo para cumplir con esta función?
—Siéndote sincero, he de decirte que hemos valorado diferentes candidaturas. Al final, la tuya es la que mejor se adapta a las exigencias de la situación. Como puedes imaginar, personas en esta empresa con el carisma para encarnar los valores deseados por el equipo hay bastantes. Famosos, no tantos. Aunque dentro de estos últimos, los hay con más popularidad que mérito. A estos los hemos descartado y nos hemos centrado en aquellas personas con carisma y mérito. Y de ahí ha salido la elección de tu candidatura.
—Me siento halagado —acertó a decir.
—No obstante, debo señalarte que estas dos condiciones deberás mezclarlas de forma diferente dependiendo de cada etapa del proyecto. Unas veces tu carisma será decisivo; otras, el prestigio derivado de tus méritos hará que tu liderazgo sea excelente.
—Evidentemente, así espero hacerlo.
—Solo una adecuada combinación de lo carismático con lo meritorio te permitirá ser un referente para el equipo. ¿Eres consciente de ello?
—Sí, sí, lo soy. En cualquier caso, sí quería preguntar por algunos aspectos que afectan al proyecto: ¿contaremos con los recursos adecuados y el tiempo necesario para su desarrollo?
—Todo eso ya está previsto y controlado, aunque sí hay algo que nos preocupa a la dirección.
—¿Y qué es?
—Como bien sabes, el carisma para liderar al equipo es personal e intransferible. Aquí bien poco te podemos ayudar. Lo tienes o no lo tienes. Respecto al mérito, ya sabes que es producto del esfuerzo, del acierto y de la inteligencia aplicada. Ahí esperamos el máximo de ti.
—Lo tendré en cuenta. Gracias por confiar en mí. No defraudaré —dijo a modo de despedida saliendo del despacho del director.
Ya en su mesa de trabajo no sabía si estar exultante por su nombramiento o preocupado por la complejidad de su desempeño. Pasados esos primeros momentos, empezaron a surgirle algunas dudas: ¿podía la dirección nombrarle líder o eran los colaboradores los que deberían elegirle? Él creía esto último y por ello pensó que debería hacerse rápidamente merecedor de dicha elección.
Una segunda duda le surgió horas más tarde: ¿tenía él madera de líder? Nunca se lo había preguntado y eso le obligó a reflexionar sobre qué condiciones eran claves para desempeñar un liderazgo eficaz. Enseguida le vinieron a la mente dos condiciones que debería reunir para lograrlo: la primera era tener un determinado carisma, entendido como la cualidad personal que atrae a los demás por su apariencia, su palabra, sus acciones, su ejemplaridad o su personalidad. La segunda consistía en gozar de cierta fama, entendida como la aceptación y el aplauso que alguien suscita en los demás en un entorno determinado.
Pedro pensó que de ambas tenía suficiente: siempre había destacado. Pero ¿era su carisma superior a sus competencias para liderar al equipo? Temía ser un líder con gran capacidad de seducción, pero menos de resolución. Por otro lado, claro que tenía fama entre sus compañeros, pero ¿se debía a su popularidad o había algún mérito que la sustentara? Porque la fama, cuando eres un compañero, bien puede deberse más a la simpatía que a los méritos.
Ambas dudas le inquietaban porque su antecesor en el liderazgo del proyecto había sido víctima de tener más carisma que competencias para liderarlo y más popularidad que mérito. Encarnaba a la perfección a ese líder dependiente de una apariencia que seducía más que resolvía y que simpatizaba más que comprometía.
Temía parecerse a esos líderes con encanto que produce la popularidad y que intentan pasar por algo que no son. A estos el carisma y la popularidad les proporciona una máscara detrás de la cual, en vez de la grandeza y el mérito, acostumbra a esconderse el engreimiento y la vacuidad.
Con tanta reflexión, Pedro estaba agotado. Miró su reloj, vio que era la hora de comer y se dirigió al comedor. Si algo tenía claro es que para desempeñar un liderazgo eficaz debería huir del «frufrú y el brillibrilli» y aproximarse al liderazgo producto del carisma y del mérito.
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