Roberto se dirigió hacia el paseo marítimo, como cada día, para ir a trabajar. Lo tenía a poco más de cincuenta metros de su apartamento. No era el camino más corto para ir a la empresa, pero de esta forma disfrutaba de esos primeros momentos de la mañana con la vista del mar y el sonido de las gaviotas. «Ese paseo me da la vida. Sin él no podría aguantar la presión del trabajo».