Decía Antonio Machado: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. Y es en estas palabras donde encuentro el sentido mismo de lo que es hoy mi vida. Avanzar, enfrentarse, adoptar nuevas formas, lanzarse a probar cosas nuevas y nunca quedarse quietos. Será que me educaron así pero no le tengo miedo al cambio.
Los cambios siempre generan oportunidades, pero aun teniendo clara esta premisa en mi cabeza, siempre pueden surgir dudas. Confieso que he tenido ansiedad antes situaciones desconocidas, incluso me ha generado estrés en más de una circunstancia. Las personas enfrentamos los cambios de manera radicalmente distinta. Por ejemplo, ante esta nueva normalidad hay gente que aún puede contar con los dedos de una mano las veces que ha salido de casa desde que se declarase el estado de alarma en España.
Sin embargo, debemos aspirar a mejorar nuestra adaptación al cambio. Es lo que ahora se llama resiliencia y está tan de moda en el ámbito empresarial. La actitud que presenten las organizaciones ante las transformaciones decantará la balanza entre aquellas que mueran o las que superen los cambios y los asuman como oportunidades. La gran diferencia surge de aceptar que hay situaciones que no podemos controlar, pero sí podemos decidir cómo enfrentamos el cambio. En la empresa esto se entiende como un punto importante de su cultura, de forma que si se transforma un proceso, una herramienta o una tecnología de cualquier índole, las personas que la forman lo aceptarán de la mejor forma y sin resistencias.
Del mismo modo que hablábamos antes de la gestión de la crisis, aceptar los cambios en el ADN organizacional es una labor difícil pero no imposible. Una de las variables de éxito es tener unos líderes que comuniquen esta cultura que abraza el cambio sin miedos. Es importante informar a los empleados de los pasos que se van a dar, para que comprendan el sentido del cambio, reduciendo la incertidumbre y las dudas que pueda generar una decisión.
Otra de las cuestiones claves a tratar para gestionar el cambio es la de inspirar al equipo. Debemos cultivar un clima de trabajo cómodo en el que nuestros compañeros o empleados no tengan miedo a expresar como se sienten frente a las transformaciones, para poder así inspirarles a seguir adelante frente a la incertidumbre. Tomar decisiones entraña riesgos, incluso no tomarlas ya es un riesgo. Cuando dotamos a las personas de confianza y poder para tomar decisiones valientes, su compromiso con la empresa sube exponencialmente y por tanto su productividad. Tendremos a unos empleados más felices e integrados en la cultura empresarial.
Nos pasamos en el trabajo más tiempo que en casa, por eso creo que es fundamental generar un buen clima de trabajo donde surjan ideas nuevas. Un equipo creativo puede tener ideas nuevas respecto a procesos que ya se hacen en la empresa. Un primer paso hacia el cambio sería prototipar ese nuevo proceso y probar si es viable. Debemos tener en cuenta que no somos máquinas y podemos equivocarnos. Una nueva idea puede no ser una buena idea. El papel del líder será la de gestionar esta situación sin que genere frustración en aquellas personas que han generado la idea, incentivándolos a probar de otra forma o aprender más habilidades hasta conseguir unos buenos resultados. La mayoría de los cambios en los procesos o productos no están exentos de correcciones y será necesario revisarlos y ajustarlos.
En conclusión, la gestión del cambio es, como todo en la vida, una forma de verla. Si bien, lo individuos de manera aislada son responsables de ver de un modo u otro las cosas, son los líderes los encargos últimos de empoderar a las personas para tener una visión 360 sin miedo a la transformación. ¡A cambiar se ha dicho!