Es cierto que, desde muy pequeños, hemos tenido la ilusión de trabajar en algo que nos guste, que nos haga felices y que nos sintamos realizados. Desde pequeño nos ponen la semillita de: ¿Qué quieres ser de mayor? Por que es algo que será para toda la vida. Y lo tenemos como un sueño que se va a cumplir, que llegará un día después de mucho esfuerzo y conseguirás el puesto que tanto has deseado, ¡Por fin!
Sin embargo, la realidad no es tan bonita como la ficción, no nos hemos parado a leer la letra pequeña, tampoco nadie nos ha advertido… ¿De quién es la culpa? De nadie, hay que asumir que las cosas llegan como llegan y no vienen hechas a medida. Me estoy refiriendo a que, por ejemplo, por mucho que hayas luchado por trabajar de algo que sea vocacional, no siempre vas a poder llegar hasta ahí o que igual sí que llegas, pero una vez ahí, no te hace feliz ni mucho menos. A veces nos agarramos a un clavo ardiente y seguimos adelante, dándole la espalda al problema, pero no es una buena manera de ponerle remedio ya que lo que llevamos dentro, sin duda, saldrá.
Es en este tipo de ocasiones cuando podemos entrar en crisis en el trabajo. A veces las cosas no salen como queremos, a veces tenemos mucha presión y a veces, como las personas somos impredecibles, todo se va de madre en un segundo.
Es en estos momentos cuando debemos parar. Vale, no estamos acostumbrados a parar, lo sé, hasta se ve mal el “parar” ¿Verdad? No tenemos tiempo de parar, qué locura… Pues sí, para. Respira, piensa y analiza. Primero busca la semilla del problema, intenta ver de dónde surge y cómo se ha llegado a ese punto.
A veces está fuera de nuestro alcance, entonces lo mejor es hablarlo, ya sea con tus compañeros o superiores, no intentes quedarte solo retroalimentándote. A veces, ver otros puntos de vista es una manera de que las situaciones no se hagan tan bola y ayuda a ver todo con más perspectiva.
Es cierto, que siempre depende de las personas y de su manera de ser, ya que no todo el mundo se siente cómo expresando sus sentimientos o mostrando sus inquietudes. Con lo que no siempre hemos de tratar por igual a todas las personas, debemos conocerlas bien para saber cómo poder acercarnos a ellas, porque cada una se abrirá de una manera u otra.
Es importante dejar la queja de lado, esa que tanto nos complace a veces y hace sentirnos aún más desgraciados. La queja no promueve el cambio a mejor, es cierto que nos ayuda a sacar la presión fuera, el verbalizar el dolor y vomitar palabras llega a ser terapéutico, pero hasta un punto. Pero no olvidemos que nos ciega. El primer paso es reconocerlo, aceptarlo y entonces ya podremos afrontarlo.
No hay que olvidar que tú no eres el puesto de trabajo, eres una persona humana y es normal que a veces te sobrepasen situaciones, no eres invencible. Lo importante es pedir ayuda, escucharte, buscar soluciones, mirar las cosas desde otra perspectiva y actuar. No te quedes dónde estás ni vayas hacia atrás, piensa que es una situación pasajera y que, si coges al toro por los cuernos, las soluciones vendrán solas. El mundo está hecho para valientes, o eso dicen, con lo que por mucho miedo que nos provoque alguna situación, hemos de confiar en nosotros mismos lo primero y lo segundo, apoyarnos en personas de confianza que nos ayuden a tirar a delante.