Desigualdad

Más allá de virus, bacterias, parásitos y todas aquellas causas que provocan que nuestro cuerpo enferme, existen otra serie de males. Males que son tan dañinos como los primeros y de los cuales cuesta mucho deshacerse, pues en muchas ocasiones no somos conscientes ni de que los padecemos. Esos males radican en nuestros pensamientos y no solo nos perjudican a nosotros mismos sino a todo aquel que se cruza en nuestro camino y que en muchas ocasiones se vuelve víctima de nuestras palabras y nuestros hechos. Contra este tipo de males solo hay una posible cura, la educación. Parafraseando a Aristóteles, “los educados se diferencian de los no educados tanto como los vivos de los muertos”.

Pareciera que con tantos avances a día de hoy, la desigualdad, un gran mal en todas sus vertientes, no tuviera cabida, pero nada más lejos de la realidad. Ha habido avances, no diremos que no, pero aún estamos muy lejos de la meta y el recorrido es muy largo. Y es que como venía diciendo, el problema radica en nosotros con nuestros prejuicios sobre las cosas y las personas, síntoma de profunda ignorancia. Llevamos arrastrando esta lacra durante muchísimos años, y para acabar con ella se requiere romper moldes y estándares que han sido grabados a fuego en nuestra mente. Thucidides decía que “la ignorancia es atrevida y el conocimiento reservado”.

El mundo está en una desigualdad enorme desde el momento en que nacemos, el simple hecho de nacer en un lugar u otro, o en una familia u otra, supone una diferencia socio-económica y una variedad de costumbres y oportunidades. Este hecho puede representar hoy día tanto un avance como un retroceso, puesto que no elegimos dónde ni en qué situación nacemos, pero esa circunstancia puede otorgarnos facilidades o quitárnoslas, ya que la desigualdad social nos limita. Esta situación se ha visto acentuada a lo largo de los años por el abuso que las grandes fuerzas políticas mundiales han ejercido sobre aquellas zonas más desfavorecidas de nuestro planeta, aprovechándose de la vulnerabilidad de sus gentes. Podemos poner remedio a esta situación luchando por la igualdad y ayudando a buscar vías de desarrollo para estas poblaciones, pero esta no es una misión de unos pocos sino de todos y, por tanto, también de dichas fuerzas políticas.

Si nos centramos en el ámbito de la educación y el laboral, deberíamos despojarnos de todas esas ideas preconcebidas hacia las personas, dejar atrás su físico, su forma de vestir y su lugar de origen y centrarnos, por el contrario, en su potencial, preparación, conocimientos, vocación y/o desempeño en el caso de acceder a estos puestos de estudios o trabajo. Escapando también del enchufismo.

De la misma manera, hay muchas situaciones con las que convivimos día tras día, como es la desigualdad de género, donde cada vez el progreso es mayor, naciendo de ello movimientos como el feminismo; que lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, o la sororidad; que hace referencia a la solidaridad entre mujeres y a su hermanamiento para la lucha contra la desigualdad; y aunque a simple vista parezca movimientos exclusivo de mujeres, a su vez el papel del hombre es fundamental y decisivo para poder ir todos hacia la misma dirección y que al menos, esta desigualdad sea erradicada.

Por tanto, es nuestro deber adquirir los conocimientos, preguntarnos y buscar las respuestas necesarias para huir de la ignorancia y los prejuicios, a la vez que debemos alejarnos de los aspectos físicos y preocuparnos por el mundo interior de las personas.

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