Estamos en un punto en el que, en situaciones inadecuadas, si la persona equivocada hace algo que se considera incorrecto, las circunstancias son muy graves. Vivimos en una cultura victimista donde el sentirse ofendido esta de moda. No podemos predecir qué acción va a precipitar esa reacción, pero sabemos que la reacción en cadena en relación con ciertos temas controvertidos es lo suficientemente caótica como para crear un entorno hostil. Esto lo sabemos porque la gran mayoría hemos tenido conversaciones donde un comentario desafortunado ha creado una reacción desafortunada que desencadena en una discusión. Uno tiene que controlar sus impulsos. El problema es que siempre encontraremos personas que se crecen en los conflictos, y la «paz» puede ser una posibilidad remota con tal de demostrar de qué están hechas y en qué creen. Es crucial que el objetivo en una discusión, por muy complicada que se presente, sea la paz a través del mutuo acuerdo, no ganar.
Este es uno de los principales problemas por el cual los pactos políticos se rompen. Uno nunca gana porque tarde o temprano, va a tener trabajar con sus rivales, y una posible consecuencia de ganar sea el resentimiento que despiertas en los partidos contrarios.
Con esto no quiero decir que de un día para otro dejaras de ser quién eres a causa de un incidente aislado. Lo que quiero decir es que toda reacción negativa derivada por el objetivo de machacar a la persona con la que discutes va sedimentando en tu carácter y personalidad, y acabarás convertido en un dictador de tus propias ideas. Un ser rígido en un mundo cada vez más amplio por la diversidad de opiniones.