Según la Real Academia Española, el capitalismo es el “sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad de mercado” (Real Academia Española, s.f.). Vemos en la definición la inclusión de conceptos como propiedad privada, medios de producción y libre actuación de los mercados, los cuales cobran vida según el comportamiento de sus integrantes, que terminan siendo siempre las personas. Las sociedades han ido evolucionando, transformando la forma en la que consumen y/o producen productos o servicios en función de sus necesidades, coyunturas o invenciones que generan disrupción en las condiciones de los mercados y modifican las formas de hacer las cosas. El capitalismo acompaña dichas evoluciones, encontrándose inmerso actualmente desde la crisis del 2008 en un constante avance hacia un nuevo paradigma, en donde el objetivo final no es la pura generación de beneficios para los accionistas a corto plazo, sino la creación de valor para toda la sociedad en el largo plazo, debiendo estar para ello el bien común como centro de todos los modelos de negocios de las empresas. Estamos en transición a una nueva era, la cual se caracteriza por la revolución tecnológica y digital, acompañada por una tendencia alcista de mayores brechas sociales y alarmantes emergencias climáticas.
Pero… ¿Cómo incentivamos a las empresas a ser parte del nuevo capitalismo humano?
Debemos partir de la base que las empresas como oferentes de bienes y servicios demandados por consumidores, dirigen su actuación hacia donde perciban mayor rentabilidad, adecuando sus actividades según las necesidades o beneficios que los clientes busquen satisfacer, estando por tanto muy cerca y directamente relacionadas con los intereses de las personas.
Por lo tanto, donde realmente debe comenzar el impulso para dar paso a un nuevo capitalismo humanitario, en el cual las empresas sean quienes dan respuesta a las preocupaciones de la sociedad aportando soluciones, no es en poderes legislativos, reguladores o acreditadores; ES EN LA PROPIA DEMANDA DE LOS CONSUMIDORES.
¡Buena noticia! ¿No? ¡Depende de todos y cada uno de nosotros! ¡Empecemos YA! ¿No?
No parece tan sencillo. Evaluemos acerca de tendencias, posibles soluciones y barreras que existen.
En primer lugar, se debe hacer una distinción de los distintos tipos de consumidores: reflexivo, consciente y responsable. Comenzando por el reflexivo, son aquellos que han oído sobre temas de consciencia medioambiental, problemas climáticos, productos que pueden colaborar, empresas comprometidas con la sociedad, etc., pero no se informan o interesan lo suficiente. Consumidores conscientes son quienes conocen en profundidad y tienen interiorizado el poder de las decisiones de compra, considerando que sean lo más beneficiosas posibles equilibrando los intereses personales con los colectivos y globales, contribuyendo con empresas que tengan políticas de sostenibilidad implantadas a lo largo de toda su cadena de valor, gestión del talento justo y equitativo, medidas de control para corregir acciones ilegales, prevenir corrupción, lavado de activos, trabajo infantil, etc. Sin embargo, a pesar de sus vastos conocimientos no siempre consumen de forma consciente, adjudicando muchas veces las causas a factores externos (gobiernos, empresas, precios, etc.). Por último, pero el más importante, el consumidor responsable es aquel que de forma consciente reitera su comportamiento de compra optando siempre por productos o servicios que sean sostenibles, responsables y comprometidos social y medioambientalmente.
Tanto para consumidores reflexivos, conscientes o desinformados la clave es promover la educación y concientización en temas ASG, las acciones que pueden ellos realizar y cómo estas repercuten contribuyendo a problemas que les competen o involucran como lo son los globales.
Pero, el gran desafío consiste en poder convertir a toda la población en consumidores responsables, que permitan demostrar a las empresas las nuevas exigencias de sus consumidores, forzándolas a dirigir todos sus esfuerzos para ser verdadera y consistentemente responsables. Debemos convertirnos en una sociedad de consumo que fomente la concientización y transformación hacia un nuevo capitalismo humanitario a través del BUY-COTT (premiación, reconocimiento y valoración a través de las compras) y no BOY-COTT (castigando, humillando o degradando), logrando que a mayor internalización y desarrollo de sistemas sostenibles en sus actividades empresariales el precio deje de ser una barrera/excusa para comenzar desde ya el cuidado y resolución de problemas globales (brechas sociales, desigualdad, discriminación, pobreza, cambio climático, etc.). Un dato alentador en este sentido muestra que el 84% de la población admira a quien ejerce consumo responsable (Corresponsables, 2021), siendo por tanto un atributo reputacional que valoramos, lo que demuestra disposición a comprometernos por el bien común. Para pasar a la acción es necesario bajar la externalización de la culpa “es el gobierno”, “son las empresas”, para pasar a hacernos cargo de la parte que nos corresponde como consumidores. Hay que ser íntegros, consistentes, conscientes y exigentes con la forma de satisfacción de nuestras necesidades, visualizando la compra sostenible como un doble propósito; satisfacción de la necesidad personal y apoyo a la sociedad, lo cual seguramente sea a su vez el camino más rápido para generar el cambio de mentalidad que pretendemos ver tanto en empresas, gobiernos como ciudadanos. Hay que establecer relaciones con marcas, empleadores, vecinos o amigos con cimientos fuertes como lo son los valores, la ética y el respeto, primando siempre el SER Y HACER antes que el PARECER.
BIBLIOGRAFÍA:
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