Negro. Así veo mi futuro, porque no soy capaz de tomar una decisión sin caer en un bucle infinito de desesperación. Parece que todo lo que elijo está regido por un gato malvado que se asegura de que tenga mala suerte. Seguro que alguna vez te has sentido así y sabes de lo que hablo: hay etapas en la vida en las que tienes un imán para la desgracia y, si tienes opciones, eliges la peor.
Aproximadamente eres consciente del 1% de decisiones que tomas. Quizás este dato te parezca desalentador, ya que significa que tu pobre cerebro te pide que hagas un poco de esfuerzo frente al 99% que cosas que decide por ti y, para algo que haces, sale mal. Pero no te preocupes, porque aunque los leones son difíciles de domar, es posible y ,si quieres aprender a tomar buenas decisiones; puedes hacerlo.
La próxima vez que la vida te dé la espalda, pregúntate lo siguiente: ¿es mala suerte o malas decisiones?
Y es que, normalmente, eso que llamamos “mala suerte” en realidad se llama “entorno”. Porque cuando decidimos lo hacemos en un contexto determinado y hay personas implicadas. Por ejemplo, para una misma decisión en contextos diferentes, las consecuencias también lo son. Imagina que Cristiano Ronaldo y yo estamos buscando casa, los dos queremos una mansión de 50 millones de euros y, al final, los dos decidimos comprárnosla (cada uno la suya, que quede claro). Mientras que a él probablemente le iría bien, para mí las consecuencias serían catastróficas: misma decisión, distinto entorno.
En este punto ya tenemos que hacernos a la idea de que, si bien puedes domar una decisión, el contexto es incontrolable y es mejor conocerlo antes de dar el paso y sentir los efectos de la “mala suerte”.
El problema es que, una vez lo conoces, tienes que pensar en las opciones. Pueden ser muchas o pocas, pero siempre hay. Quizás una mansión de 50 millones de euros no es una opción para mí, pero existen otras alternativas y tengo que encontrarlas. Es más o menos como cuando no sabes qué comer y abres la nevera para sopesar opciones y si, realmente no te apetece nada, vas al armario de las galletas o sales a comprarte algo. Las alternativas son infinitas, así que cuando no sepas qué hacer no es por falta de oportunidades ni mala suerte: es que aún no se te ha ocurrido.
Pero es que buscar soluciones no es lo peor: es elegirlas. Y el problema suele ser que no somos los únicos a los que afecta una decisión. Tengo un amigo viviendo en un entorno en el que su novia le ha puesto los cuernos más veces que número de vacunas Covid faltan por poner. Tiene muchas opciones, pero no sabe qué considerar, así que me ha preguntado y le he dicho que la deje ya, que se le cae la cabeza con semejante cornamenta de reno noruego. Sin embargo, ha decidido continuar y me he enterado de que ha preguntado a varias personas hasta que alguien le ha dicho que crea en el destino y el amor. Lo que ha pasado es algo muy común: estaba empecinado en una opción y ha ido buscando hasta obtener la confirmación que necesitaba para seguir con su novia sin sentir que es un pringado dependiente.
Ahora, imagina pasar este tipo de decisiones emocionales al mundo laboral y piensa cuántas elecciones que afectan a la sociedad se han seleccionado con el mismo procedimiento. Da miedo. Por otra parte, habría que evaluar las consecuencias: quizás mi amigo a partir de ahora es la persona más feliz del mundo. Poniendo el ojo en la experiencia parece que va a seguir en el bucle de la infidelidad, pero hace mucho que no hablo con su novia y es posible que haya cambiado. ¿Cuál de los dos crees que está sesgado, él o yo?
En fin, hay muchas variables y tú eliges cuales son las prioritarias, pero la próxima vez que tomes una decisión ya sabes que el entorno es lo único que no puedes controlar: las opciones son tuyas. ¿La responsabilidad de fallar es de la “mala suerte”? Tú decides.