La toma de decisiones es un proceso cotidiano que consiste en la elección de una opción entre varias alternativas posibles con el fin de resolver un problema actual.
Sí, has leído cotidiano. Es una herramienta a la que recurrimos constantemente de forma instintiva y que nos ayuda a resolver diferentes situaciones en la vida laboral, social y personal.
Durante el día, todos tomamos una gran cantidad de decisiones de todo tipo, complejas, sencillas o instantáneas, estratégicas, cotidianas o urgentes.
En algunos casos, por ser tan simples y cotidianos, este proceso se realiza de forma natural y se soluciona muy rápidamente, pero existen numerosos casos en los cuales las consecuencias de una mala o buena elección pueden tener repercusiones en la vida, como dijo el escritor Stephen Covey “Uno no es producto de sus circunstancias, sino producto de sus decisiones”, con los cual será necesario realizar un proceso más estructurado.
Es decir, si queremos lograr el éxito con nuestras decisiones, será interesante comenzar con una preparación cuidadosa, pues una mala decisión puede hacernos perder una buena oportunidad.
En un primer lugar será fundamental prepararse uno mismo, personalmente, para tomar la decisión. Posteriormente se deberá evaluar detalladamente todas las alternativas viables, recopilar información, datos y análisis, para de entre todas ellas, tomar una decisión sensata, escoger la que será nuestra decisión, implementarla y observar el resultado.
Resumiendo el proceso de esa manera, parece muy sencillo, sin embargo, es necesario desarrollar cierta habilidad para la toma de decisiones. No todas surgirán en las mismas situaciones, todo lo contrario, será esencial comprender el contexto y saber qué enfoque queremos darle a cada una.
Toda persona que toma una decisión posee un conjunto de características personales que pueden influir en la forma de abordar el proceso.
Aún más allá, el ser humano puede ser victima de trampas ocultas en la toma de decisiones, como, por ejemplo, los propios prejuicios o ideas preconcebidas a las que estamos sujetos, y que, sin ser conscientes, nos pueden llevar a tomar decisiones imprudentes.
El interés propio, los vínculos emocionales, los excesos de confianza, las suposiciones o recuerdos engañosos pueden afectar, de la misma manera, a nuestras decisiones. Sin olvidarnos de la indecisión o falta de determinación ante una situación, que constituye otra posible piedra en el camino.
Otro de los grandes desafíos de la toma de decisiones es que el ser humano queda atrapado en sus ideas o perspectivas y sus formas de pensar.
Por último, pero no menos importante, se suma a todos estos, los peligros que nos supone usar la intuición. En un entorno caótico o complejo en el que tomar la decisión, el ser humano puede reaccionar de forma intuitiva o instantánea, de manera automática, es decir, sin un pensamiento consciente, donde sería fundamental un pensamiento más diagnóstico como guía para no tener mayor probabilidad de fracaso.
La clave está en aprender a identificar estas trampas y evitar caer en ellas, saber dominarlas a la hora de tomar la decisión correcta.
Una vez tomada, será fundamental comprobar si ha sido la decisión correcta, analizar si la llevamos a cabo como realmente queríamos, evaluar los resultados obtenidos y repasar todo lo realizado con el único objetivo y más importante: aprender para las futuras decisiones a tomar.