Redes sociales y consumidores de más de 65 años.

¡Alvaro! -gritaba mi abuelo-. ¿Sabes como se quita esto?, -preguntaba acto seguido como alma que lleva el diablo-. Por si fuera poco, terminaba dinamitando cualquier sentido útil o beneficioso de las redes sociales, a través de la repetida frase por este segmento de la población de más de 65 años: “lo del WhatsApp es una cosa que no voy a entender nunca”.  Anticipando esta respuesta, trato de cerrar el chat con su amigo Juan de la forma más visual, pausada y escalonada posible, procurando captar la atención de este y así, intentando hacerle aprender para que no haya próxima vez. Lejos de conseguir este objetivo, mi abuelo, Luis, licenciado en ingeniería y coronel del ejército de tierra, gira la cabeza en dirección a mi abuela y sentencia al imperio creado por el ya conocido Mark Zuckerberg mediante la siguiente afirmación personal: “esto es una cosa de vosotros, yo nunca lo comprende…”.

¡Luis! -grito interrumpiendo esa enojosa frase con la que ha cerrado más de una vez su discursito de las redes sociales en la población de una determinada edad- para acto seguido, lanzar una pregunta que ya conozco la respuesta: ¿Cuántas veces me tenías que explicar como se hacia una derivada, o cómo se hallaba el logaritmo neperiano de una potencia? Muchas -Responde en tono asertivo y con un gesto en la cara de disconformidad-. Pues bien, -continúo explicándole- esto es exactamente lo mismo, se trata de probar, rectificar y volver a empezar, casi como la vida misma. Justo cuando acabo de sacarle una sonrisa y parece que su alteración y malestar han desaparecido, entra mi abuela en el salón con una bandeja muy bien ordenada, donde cada objeto ocupaba su espacio de forma casi perfecta. Dos bocadillos de jamón con aceite de Priego de Córdoba, unas aceitunas del mercado de la plaza de Ciudad Jardín y un café solo aterrizaban en esa mesa camilla que tantas conversaciones apasionantes había contemplado. Siendo ya las 19:50 me despido de ellos, le planto dos besos a cada uno acompañados de un abrazo como si me fuera la vida en ello y les deseo que tengan la mejor semana del mundo. 

¿Qué pasa Javi? ¿Pecho y bíceps? Saludo a mi amigo que esta esperándome como un reloj a las 20:00 en punto en la entrada del gimnasio. Si, contesta y para darle aún más emoción a esta rutina de ejercicios que llevamos practicando desde hace ya tres semanas, añade: además hoy vamos a subirle unos kilitos para ganar músculo. Justo cuando estoy terminando el primer ejercicio (press plano) suena el tono de WhatsApp de mi móvil. ¡Sorpresa! Era un mensaje de mi abuelo, que escribía textualmente: “Alva ro ya he aprenDIDO a usar wasap”. Como si hubiera visto un meme de CeciArmy, mi cara se iluminó, una sonrisa se desplegó como si no cupiera nada más en mi rostro. 

Arranco el coche, noto perfectamente como la sangre bombea alrededor de mi pecho, “Javi se ha pasado” pienso. Con veinte minutos por delante y una carretera que motiva el pensamiento crítico, me acuerdo del mensaje de mi abuelo y llego a la siguiente reflexión: Paciencia, la madre de todas las ciencias. La que debo de tener con ellos, con mis abuelos, ya que no sólo no han nacido en un mundo digitalizado, sino que además su fin último, su motivación plena, su objetivo final para comprender las redes sociales es conectar con nosotros, tratando de tener una relación más cercana, intentando compartir mas con sus nietos. Paciencia, uno de los valores que hemos ido perdiendo los millenials y generación z, así como generaciones posteriores a la nuestra. Rápidamente, se forma una imagen en mi cabeza, es una persona mayor, esperando sentado en la parada del autobús, con quince minutos por delante hasta el próximo. Su rostro no expresa nerviosismo o intranquilidad por la espera, sus manos colocadas una encima de otra, reflejan la serenidad y sosiego de esta. Paralelamente, me viene a la cabeza la frustración y desesperación que sentiría en esa situación o la que sentí antes de ayer porque dejara de funcionar el wifi durante 6 minutos. 

Finalmente, he llegado a casa. Miro la hora en el móvil cuando caigo en la cuenta de que no he contestado a mi abuelo. De nuevo, escribo textualmente: Luisito, eres el mejor abuelo del mundo. Sabía que lo conseguirías. 

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