La inteligencia artificial -de aquí en adelante IA- tiene una fama directamente vinculada a la ciencia ficción, a películas con ambientación futurista en la que las “máquinas” han sometido a la humanidad ciñéndola en la oscuridad como castigo por el intentar jugar a ser Dios y crear seres inteligentes.
Nada más lejos de la realidad, la IA es el siguiente gran paso de la humanidad en el exponencial avance de la sociedad después de Internet y su democratización de la información y comunicación. El cambio afecta tanto a las empresas y su operativa como a nuestros estilos de vida y aún no somos conscientes de ello.
Las imágenes de un mundo futurista desolado como el de Blade Runner son el menor de los problemas al que nos enfrentamos como sociedad. La IA actualmente se presenta como ‘máquinas’ capaces de resolver problemas en campos muy concretos. Algunos ejemplos de esto son la supercomputadora DeepBlue, la cual ganó a Garri Kaspárov en un mejor de 6 al ajedrez, o los famosos robots aspiradora, capaces de limpiar la casa por sí mismos.
El verdadero problema que presenta la IA es puramente ético.
Valor de los datos
En un entorno VUCA, cualquier medida para prevenir el futuro es bienvenida. Por ello, los datos cada vez tienen un peso mayor para empresas de cualquier sector. Vivimos en la era de la información y a nivel poblacional no existe conciencia del valor de los datos.
Tanto gracias a las redes sociales y a la continua publicación de información a través de ellos de gran parte de la población mundial, como de toda la información recogida por las empresas durante su operativa, existe en el mundo un volumen de datos tan grande que ningún humano es capaz de analizarlos por completo por sí solo. Gracias al Big Data, las corporaciones son capaces de ceder el procesamiento y análisis de los enormes volúmenes de datos a la IA, ahorrando costes, tiempo y permitiendo alcanzar respuestas mucho más ajustadas a lo verdaderamente necesario para su operativa. De la misma manera, se crea negocio de la compra y venta de datos entre empresas.
Nuevas posibilidades
Las empresas comienzan a adaptarse a las nuevas posibilidades que les brinda el mercado a través de una muy necesaria transformación digital. Áreas de negocio como el marketing y ventas se ven beneficiadas gracias a la facilitación de lectura y análisis de todos los datos obtenidos gracias a clientes o terceros.
Se mejora el servicio de forma acorde a lo solicitado por clientes, prediciendo qué tipo de productos necesitan, además de ayudar a la hora de planear precios. En la parte de gestión de cadenas de suministro, se previenen tanto la demanda y gastos como las posibles previsiones de venta acordes a la información obtenida.
Los beneficios en cuestión de incremento de ingresos y reducción de costes vinculados a la aplicación de la IA son innegables. La eficiencia que aporta este revolucionario cambio es comparable a la invención de la imprenta por parte de Gutenberg en 1440.
Un tema clave a abordar cuando hablamos de cambios revolucionarios es la sustitución laboral que estos implican. Es innegable que a corto plazo la IA va a acabar con muchos trabajos al poder optimizarlos, pero esto no puede ser un argumento en su contra, pues implicaría ir en contra del progreso y mejoras en las vidas de la humanidad.
Al tratarse de un activo de aplicación tan amplia, también generará gran cantidad de nuevos trabajos hasta ahora inexistentes, además de crear nuevas posibilidades para profesiones vigentes en la actualidad.
Los humanos somos el único ser vivo capaz de adaptarse prácticamente a cualquier entorno, temer los cambios que implica el progreso es natural, pero no debemos permitir que las emociones nos impidan crecer y desarrollarnos.
Ética
Entendiendo el peso que tienen los datos gracias al potencial que contienen en las manos correctas, ¿por qué entregarlos tan fácilmente?
He aquí el primer problema ético -que ya estamos viviendo- de la IA, el cual no está directamente relacionado con el trabajo que realizan los algoritmos, sino la manera en la que se pueden utilizar estos sin una correcta regulación.
Aprovechando la pobre legislación respecto a la protección y privacidad de datos obtenidos y nuestra ignorancia, entregamos de forma gratuita, monetariamente hablando, todo tipo de información sobre nuestra vida -incluso salud- a entidades sin saber a dónde irán una vez entregados.
Resulta curiosa la importancia de la transparencia en la información que exigimos a lo largo de nuestra vida a todo tipo de entidades, tanto públicas como privadas, y como la ignoramos cuando se nos entregan servicios de forma gratuita, como el caso de las redes sociales.
Un ejemplo extremo: existen empresas a las que, tras enviarles muestras de tu ADN, te entregan información sobre la procedencia de tus ancestros. A priori parece algo interesante e inocuo, pero enviar algo como tu propio ADN sin saber cuánto puede viajar esa información posteriormente, pudiendo llegar a una aseguradora que no quiera cubrir tus gastos médicos de ‘X’ tipo porque tenías propensión genética a ello.
Esto solo es solucionable mediante educación, mostrar a la sociedad el importante peso de sus datos y hacernos conscientes de la cantidad de poder que estamos entregando de forma gratuita y no querríamos revelar a cualquiera.
El segundo problema ético reside en la dificultad para juzgar los posibles resultados de la toma de decisiones de un dispositivo de IA. Un ejemplo son los vehículos autónomos, los cuales ya están desarrollados y funcionan correctamente, pero que se pueden tener que enfrentar a decisiones difíciles cuya resolución es discutible.
En caso de no poder evitar tener un accidente, ¿debe el vehículo autónomo salvar a los pasajeros o a un peatón? ¿y si fueran más peatones y solo un pasajero? ¿y si los pasajeros tienen 80 años y el peatón 5? Estos son solo algunos casos en los que resulta difícil dejar la toma de decisión a la IA.
¿Hay motivos para temer a la IA?
Los avances tecnológicos se buscan para mejorar nuestras vidas. Optimizan trabajos y procesos liberándonos cada vez más de cargas de trabajo innecesarias. No hay que temer a una supuesta rebelión de las máquinas porque estas carecen de conciencia de sí mismas. El futuro reside en una inteligencia híbrida, la mezcla de las capacidades humanas con las posibilidades que la IA nos ofrece.
¿Debemos por tanto temerle a la IA? La IA obedece a las órdenes que recibe por nuestra parte, por lo que si hay que temer a alguien, es a los humanos, homo homini lupus.
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